martes, 28 de noviembre de 2006

Día de hospital


Foto: Yo

Por: Quien hubiese sido yo si no lo veías con su otra novia

El sol ya no rebota en el vinil blanco. Son cuatro horas de tener en el cuerpo un hormigueo por culpa de todo lo que se mezcla en la emergencia.
La jefa de los vagos nos recibe en ventanilla. ¡Ya le llamamos, no venga a preguntar otra vez!
Todo pasa lento, muy lento, la gente huele a muerto y a los rancios de asiento lo único que les apesta es su trabajo.
Doctor Martínez, doctor Ramírez, Doctora Consuelo…, eso grita el perifoneo de la sala de espera, a todos se los llama a emergencias y lo que menos se ve es su prisa. Matasanos que deberían ser superhéroes.
La imprudencia del de turno me hace encrespar, escondido tras la computadora apagada suelta una serie de letanías sin contexto y sin la más mínima prudencia. Para cuando se da cuenta y trata de bajar el tono ya es tarde, ella llora a mi lado desconsolada y yo solo lo quiero matar.
Los exámenes son nuestro pasaporte para la desesperación y el que nos lo recuerda es el hijueputa del guardia, dueño del mundo. A dónde a dónde? Pregunta como si fuera suyo. El rostro desencajado de ella que se me coge del brazo no es suficiente para que el bestia se de cuenta que debemos pasar.
Sentado, sin ningún dolor más que el del chuchaqui de la violación a la ley seca, veo pasear por mis narices y en pasarela a enfermeras rosa, llevando como carritos de supermercado a cuerpos tendidos de dolor.
Pies descalzos, cables, tubos, jeringuillas esparadrapadas a los brazos.
Jóvenes y viejos, muchos solos. Los traumatizados son pocos ya que Quito ayer no bebió. Sólo yo.
Anita es la única uniformada digna de saludar. Le dice quedito a la vieja descalza que espera sollozando junto a su camilla que ya le trae un pañal.
Me desconecto de la vieja y vuelvo a ella que ahora esta tendida en la camilla. Una colcha usada la cobija y la visión aparece. Enano, chillón, haciendo alarde de su sabiduría, de su retórica, de su ego estúpido que grita ¡véanme pues, yo soy el doctor!
No lo podíamos creer, salí rápido del espasmo, giré con violencia hacia ella y vi el fuego que salía de sus ojos. Lo estaba calcinando, lo estaba esperando como una fiera a punto de atacar. Reacciona carajo! le dije, no te aloques que es peor. Y el disparo fulminante de su mirada me tocó a mi. Tonto, no entendí semejante encuentro, en semejante momento, en semejante lugar.
Perdido en mis dubitaciones y las fotos trataba de hacer a un lado un recuerdo que todavía golpea y que a ella, por supuesto, le afectaba más. Que duro es volver. Que duro es saber que nos toca volver.
Todo sólo fue una prueba. Esa fuerza cósmica que nos encamina nos llevó nuevamente allí, a ese encuentro con el dolor, solo para probar que estábamos listos para un nivel más.
Estaba visto, ese encuentro no lo podíamos evitar. Ella se armó de valor y me sorprendió. El coraje y la diplomacia las llevaba en la sangre. El enano con su pinta de cualquier cosa dijo “a ver, aflójese un poquito el pantalón y acomódese mejor para chequearle. Por qué llora, le duele mucho?”. Ella en silencio y solo con la mirada le contestaba que sí, que por supuesto que duele, verle la cara duele, estar en ese lugar, en esa camilla, con esos recuerdos duele, y vos enano saltimbanqui ni te percatas que mientras la curas te quiere matar, para ver si su madre vuelve a aparecer.

2 comentarios:

P. Simon Torres dijo...

ouch!
Mejor purgar mi amor, mejor purgar el dolor con la escritura.. eso es lo mejor

P. Simon Torres dijo...

por cierto me olvidaba... la foto está genial... perfectamente en correspondencia con el texto...vertiginosa...doliente...anónima