miércoles, 19 de febrero de 2014

Sobrevivir




Ayer pude quedar en el asfalto y no volver más, pero no era mi día, aún no llega mi día.
Las dos ruedas en las que me movía iban fugaces, tan fugaces como el impacto.
Vi a un lado, al otro, vi el verde, vi los autos parados, creo no haber visto al chapa, y casi no vi la camioneta gris que volaba encima mío. El golpe fue procaz, inmediato, el pecho, a la altura del corazón, aún duele, reír es lo que más duele.
En el piso era un feto, no me movía, las decenas de curiosos del momento me gritaban que no me mueva. En el desconcierto notaba que muchos me fotografiaban, seguramente yo hubiese hecho lo mismo. Tuve, ahí, tirado en el piso, mis cinco minutos de fama.
Entre las voces la del tipo de la camioneta, apersonándose, más nervioso que yo, vio que era grande, que quizá tenía hijos.
Cuando reaccioné desobedecí y me moví, despacio, quería saber si algo estaba roto, si había sangre, si mi cabeza estaba entera. Como dirían aquellos que así me tratan: ango el longo.
Luego que las luces de los flashes se apagaron me levanté, de apoco, porque seguía torpe, no supe por un segundo donde estaba.
Sentado en el piso vi como la ambulancia huía apurada luego de cocer el medio centímetro de brazo de uno de los hombres que iba en la camioneta. Yo iba sólo en bicicleta, no importaba, seguro tenían a alguien más importante para atender.
La puerta de la camioneta hundida, ventana reventada, bicicleta roble. Junto al hombre parchado su medio centímetro roto fuimos a devolver la bici al puesto municipal.
Me arrimé a una pared mientras el piloto de la camioneta y su lisiado amigo limpiaban los vidrios que yo rompí con mi fuerza en el impacto.
En el camino a la clínica quedaba claro que yo debía usar casco para evitar el accidente, que ni ellos, ni su velocidad de crucero, ni el semáforo en verde, ni el imbécil del chapa que armaba el caos tenían la culpa de mi supuesto intento suicida.
Buenas noches, necesito atención! Buenas, espere no más que ya le llamamos. Pero acabo de tener un accidente de tránsito! Espere no más que ya le llamamos.
Cuando entré pensé por un instante que estaba muerto, había cuatro médicos y seis enfermeras frente mío y para ellos estaba pintado. Fue necesario cabrearme para saber que seguía vivo.
Al menos una doctora amable me envió de inmediato a la radiografía. Sólo, en silla de ruedas otra vez, como tantas veces. Nada por aquí, nada por allá, sólo el corazón que duele.
Me acosté, me dormí, alguien me cobijó, no pude verle el rostro para agradecerle.
No tienes nada, todo está bien, dijo la doctora y con receta en mano me despidió breve, breve.
El taxi que me llevaba al refugio volaba como el mismo diablo, al parecer si era mi día, pero sólo me cobro lo que quiso y pague sin chistar.
Los autos no son medios de transporte, son armas en manos de alguna gente y de demasiados idiotas.
La bici será siempre, pese a lo que sea, una militancia de la libertad.
Necesitaba un abrazo, necesitaba hablar. Llegué a la cama a hacer lo de siempre para pensar que no ha pasado nada, que sigo aquí, igualito.
Y sigo aquí, igualito, con el pecho adolorido, con una llanta remellada, con la rabia que me hace escribir nuevamente, con la terapia en la mente, con la insignificancia de mi historia y con la certeza de saber que me siento más fuerte, que me siento más vivo, que mis hijos disfrutarán de su taita por mucho y que aún tengo miles de historias que contar, Carajo!




lunes, 22 de septiembre de 2008

Conocer…


Foto: Reo del 23.


Por: Reo del 23

Escarbar en el polvo que cubre algunos recuerdos,
meterse en el cajón de las fotos viejas,
en el desván de la abuela
en las sondrisas de la mama,
en su dolor,
en su valor,
en lo que me ha dejado como herencia.

Meterse con historias viejas,
Con gente pasajera,
Con gente eterna,
Meterse conmigo.

Tener en el relato de en frente un referente,
Una ventana para verme,
Verme de frente.

Escuchar, conocer.
Aprender.
Aprehenderme de ti,
Aprehenderte de mí, caminar.

Cuan bueno es caminar ahora.
Tener el valor para reconocerse,
Para volver a ver y aprender,
Para fijar una luz y seguir,
Para sondreir, para guiar,
Para que me reconozca papá,
Para serlo.

Con el dolor de no encontrar el valor para perdonar,
Pero con la certeza de necesitarlo y seguir,
De buscar.

Con la necesidad de encontrar el mundo que caminó conmigo y reencontrar
Con la urgencia siempre de volar, de crecer,
De crecer y caminar.

Con la vida de hoy y vivir,
Con la gente de hoy y aprender.
Conmigo y ser.
Porque todo alrededor brillará.

martes, 2 de septiembre de 2008

Por la forma en la que me ves


Foto: Reo del 23


Por Reo del 23

No me importan las exposiciones. No me importa la mirada esquiva de los demás. No me importan los tumultos al rededor. La envidia la dejo para los que vienen detrás. Los celos para los que me tienen celos, los pecados para los que se preocupan solo en no pecar. La cursilería para los ariscos que no tienen nada más.

Hoy, no me importa nada más, porque todo lo que me importa viene “en demás”.

Las cosas sencillas alimentan más. La vida ahora no deja espacio para los malos hábitos de consternar y consternarse con todo lo demás.

Hoy camino en dos ruedas con la luz que me da esa luna que con las mareas se convirtió en cometa. Alertado por los ladridos de un perro oso, y un chico chimuelo que juguetean con mi ojo agudo que ahora ve más que un ultra violeta.

Ahora hay paz. Esa estancia esquiva de la vida que tras espejismos se tardó en llegar. Ahora se posa estable, inmovible, indomable. Llega para quedarse, llega para estar.

Y estoy. Estoy aquí, estoy así ahora, soy así a causa de la paz. Y estoy, y me siento y presiento que todo esto siento. Y siento el chacra en el pupo, y siento desdelpupo, como siento que hace tiempo debí estar.

Y estoy. Estoy así conmigo, estoy así con él, estoy así con vos, con la forma en la que me ves, y siento que así quiero estar.

martes, 22 de julio de 2008

La defensa del señor O


Foto: Reo del 23



Por: Reo del 23.
Estaba él en un rincón, acomodado como siempre detrás de su artefacto negro viendo, mirando, asechando, esperando la presa ideal para satisfacer el hambre de sus ojos negros, escondidos tras sus pestañas largas y tras su arma letal.

Era una faena fácil al parecer, decenas de pequeños manjares revoloteaban delante suyo. Cientos de colores saltaban en una sola murga a la vista de aquel extraño sujeto que, en traje de insólito piloto, escondía sus oscuros deseos de robar almas de colores en instantes.

Quiso hacer su casería más fácil, colocó su capturador de presas más efectivo y comenzó a disparar sin parar. Uno a uno fueron cayendo los colores en su red. El rojo sucumbió de primero, el café no dio mayor resistencia y el negro palideció. Tras ellos, un arco iris completo fue presa del señor O, quien intenso corría detrás de la armadura celeste del cielo para robarle el brillo al sol. Quería toda la luz sólo para él.

Todo parecía congraciarse con el Señor O. Las nubes languidecían al celeste y el sol dejaba su fuerza sólo para un rincón y hacia allá se dirigió él. Vio que la luz se posaba detrás de una muralla de piedra, donde varios colores rebeldes saltaban aún sin percatarse de nada, llevados por la magia de un sonido permanente, un tambor de cuero que entre graves retumbos maravillaba a los que bailaban a su alrededor.

El sonido era abrasador, cautivante, ella con sus piernas largas marchaba a ritmo perfecto con su tonada. Todos la seguían, extasiados por su pasión rumbera y por la luz de su sonrisa ancha que opacaba el último rezago destellante que le quedaba al sol.

El señor O disparaba nervioso, ese halo violeta lo enceguecía, era un brillo demasiado grande para sus ojos. Por un momento la pequeña niña hace una pausa y con magia ordena a sus danzantes tomar un primer respiro. Él, presto a cada movimiento de sus víctimas, se da cuenta que es ese el instante preciso para poder apoderarse de tan bello destello violeta. La persigue detrás del muro de piedra, se esconde entre matorrales y se prepara a disparar con fuerza pero las fuerzas se le han desvanecido, no siente ningún movimiento, su cuerpo está ya sin órdenes y lo único que tiene sentido son sus ojos que no se han podido cerrar y sucumben al destello. Ella se ha percatado de su presencia, y con la habilidad de su inocencia lo desmantela, lo desarma. Con la simple rutina de su danza lo perpleja. Cambia una de sus botas grises, que luego el Señor O creería perdida, para continuar con el número y deja ver con mayor facilidad sus largas piernas. Pone en su nariz una coraza roja divertidísima a la que el señor O no puede evitar la sondrisa y ella lo siente, agita tranquila su cabello, alza la mirada, abre sus grandes ojos, le devuelve la sondrisa y lo hipnotiza. Está congelado, extasiado, su cuerpo no se mueve y sólo su ojos danzan siguiendo a la bella niña en su ritmo trepidante.

Ese fue su primer encuentro y ahora que él, tiempos después de deambular incansable, la vuelve a ver, la encuentra candorosa, acostada panza arriba en la galaxia de lo intangible, espera que se incorpore, y en un solo salto la toma por detrás, apega su corazón casi desecho y con sus manos hace conexión con su cuerpo violeta, ella trata de reaccionar pero en su mirada se interponen las pestañas largas del Señor O y la atrapa, esta vez sí fulminante, voraz, cálido, íntimo. Y ella no quiso soltarse nunca más, ya que nunca más se le acabó la sondrisa al Señor O.

lunes, 21 de julio de 2008

Vida violeta



Foto: Cortesía Luciérnaga.


Todo cambia, muta, se transforma. Yo soy el mejor ejemplo. Te vas, te alejas cansada. Las perlas brillantes se cierran de a poco pero la sonrisa que me regalaste siempre sigue ahí, iluminándome. Entro y subo viéndome al espejo. Soy otro, estoy diferente. Mi rostro es el de otro. Los que me conocen me ven, se sorprenden, se sonríen, como si fuese imposible, como si ver diferente sea diferente para mi, o como si quien me ve me ve diferente, pese a ser el mismo pero sentirme diferente.

Que diferente es sentirse diferente. Mis ojos, herramienta fundamental de lo que soy, han sentido fuerte esa mutación. Ahora los cubro más para cuidarlos mejor. Ahora ven mejor aquellas cosas de las que en algún momento me cubría.

En el espejo me veo, ya no me cubro, ya no huyo. Y me veo raro sí, siempre será un problema esto de verse y registrarse, pero le pierdo el miedo a eso de verme, de descubrirme, ya sin cubrirme.

Y el color me cambia. La neutralidad del verde, del café, del azul le da paso a la locura del violeta, a una dulzura marcada, presente, a una luz potente que me apunta siempre, que me sigue, que no persigue, que acompaña, que me ve, me ilumina, e ilumina lo que veo, y me veo, me veo al espejo nuevamente, veo ese halo violeta y veo que veo bien, veo que estoy bien.

Gracias Violeta, por la magia, por la luz.

jueves, 25 de octubre de 2007

32, o 23 de cabeza


Foto: Reo del 23


Por: Reo del 23

32, o lo que es lo mismo: 23 al revés o de cabeza.

Será porque estoy al revés. O porque estoy dado la vuelta?

O porque estoy acá, en un mundo dado la vuelta?

O porque he dado una vuelta más? 14 horas al futuro para ser exactos.

O será porque simplemente así debe ser?

23, ese fantasma que me persigue y que tuvo que ponerse patas arriba, acá, donde me cogió de cabeza, en un mundo que parece estar al revés, pero que en realidad tiene bien puesta la cabeza.

Ese 23 que nunca tuvo mucho sentido, ni mucho sentido de persecución, y que acá toma otra forma. Su forma oriental quizá? Mi forma oriental será?

Será que el 32, que es el 23 de cabeza, es el preámbulo para acabar con los fantasmas que me trajo el 23 mientras no estuvo de cabeza?

O será talvez que la vida me pone 32 para sacarme al 23 de una vez por todas de la cabeza?

Porque bien o mal estos 31 no han estado tan mal. O si? O con 32, osea 23 de cabeza, los siguientes 31 van a estar mucho mejor?

Porque, e insisto, estos 31 no han estado tan mal. A los 13 la primera cerveza; a los 17 la primera mujer; a los 21 el primer amor, de verdad claro; a los 25 el otro; a los 26 el Martín; a los 28 el grado; y a los 30 el cine y la foto de una buena vez.

Y los 31, que comencé con los ojos y el corazón iluminados, los estoy terminando acá, sentado, sólo, al otro lado del mundo, donde todos podrían verme al revés, o de cabeza.

Será que a los 32, osea 23 de cabeza, acá, en este mundo de cabeza, los de mi mundo, allá, en ese mundo que anda al revés, dejarán de verme de cabeza? O llegaré yo, con la cabeza al revés, a darme cuenta que no soy yo el que anda al revés, sino mi mundo que anda de cabeza?

Feliz cumpleaños a vos, de 32, que andas pensando al revés y que en el fondo quisieras que ande todo al revés, osea de cabeza, así como anda el 23.

Ojalá que así siempre fuera el 23, de cabeza, como acá el 32, donde, pese a estar al revés, llevo siempre bien puesta la cabeza. Y ojalá que el corazón, así como el 23 ahora, siempre anduviese de cabeza, para que no duela tanto estar al revés o de cabeza.

miércoles, 25 de julio de 2007

En el 21 un 23


Foto: Reo del 23.




Por: Reo del 23.

Es 23. Voy tranquilo. La ciudad me pasa delante al ritmo que me lleva el moderno transporte, y, enganchado como siempre de los ruidos propios, no dejo que los murmullos ajenos me sofoquen. Todas las fotos, los trámites y las sensaciones que se me posan en la cabeza han hecho que, al contrario de lo que pensaba, me tome las cosas con más calma.

El número ya casi no afecta, solo resacas de la memoria. Hace calor eso sí, acaba de pasar el medio día y es verano, el ritmo quiteño, pese a las vacaciones, no baja y se posa en un tránsito que hace tiempo dejo de ser relajado.

Hoy es Ray Charles el que me acompaña y me da el ritmo correcto, pero un timbrazo que me salta desde la ingle cambia todo el panorama. Al menos eso pretendió.

Que fue!! Me grita. Ya llego, le digo yo. Faltaban dos minutos para atrasarme como siempre, así que estaba relajado, nada me sofocaba, ni siquiera el calor, menos su voz.

Parada con su melena al viento y con un traje sastre que pronosticaba luto charla con uno de los comensales de las leyes, quien sería el conductor de tan extraña jornada.

Él educadamente me extiende la mano y lo primero que sale de su boca es una sentencia. Hay que acordar el monto, solo para decirle al juez. Reaccioné tarde cuando escuché la cantidad, una de las tantas jugadas sucias que han venido sucediendo desde hace tres años.

Por acá! nos guía el joven enternado y nos sumergimos en un corredor estrecho, no tan oscuro por la luz de la tarde que golpeaba en las ventanas, y que de lado y lado sumaba 15 computadores, que su principal actividad es ser compañía al traca traca de las máquinas de escribir, verdaderas artífices del quehacer burocrático.

Casi en el fondo, en papel reciclado pegado en una gaveta voladora, rezaba "Juzgado 21 de lo Civil".

Buenas tardes! saluda atento el abogado y sin inmutarse el secretario sigue concentrado en su exageradamente parsimonioso tecleo. El mundo afuera gira como loco, todos a las mil carreras, yo uno de esos, y el hombre ni se mosquéa.

Eternos minutos pasan hasta que pregunta: El número? 1156 le responde el abogado.

El secretario, con la misma lentitud con la que se nota hace todas sus tareas, pasa su dedo por la lengua, acomoda una pila gigantesca de juicios y los revisa uno por uno. 0634, 7890, 4533, 1220, desfilan los procesos hasta que la torre de documentos maltratados desaparece. El 1156 no asoma. Es hora de la segunda pila. El mismo trámite, dedo a la lengua y opto mejor por fijarme en los detalles con los que relleno este texto, para no desesperar. Vendedoras de joyas en gran charla con secretarias desocupadas, hombres humildes que saludan: "buenas tardes doctorcito", como si eso ayudara para que estos seres cambien a amable su tan insoportable forma de atender a los que pagamos sus sueldos.

Me reincorporo a la tramitología, me doy la vuelta y el funcionario a cargo de nuestro proceso lo encuentra. Escrito con marcador negro, sobre el escudo nacional se ve el 1156. Alcanzo a ver nuestros nombres, que juntos estarán por última vez.

Con toda la cara de desgano el secretario se levanta y nos ordena que lo sigamos. Veinte pasos más adelante está una puerta de vidrio a la que llama golpeando fuerte con su gigantesco anillo de oro, que lleva impreso la libra de la justicia, y que se lo entregan solo a quienes cumplen 25 años de arduo, complejo, cansado y ajetreante desempeño legal. Y quien mejor que nuestro secretario.

Pese a toda la calma las manos se me comienzan a enfriar y trato de pronosticar un momento de esos que no se nos borrarán de la mente, pero nada más alejado.

Se demora en abrir y cuando lo hace aparece tras del vidrio un enano de grandes ojos verdes, que pese a su tamaño cree tener la altura de un gran juez.

Pase, pase! nos dice con prisa. Más pilas de documentos sobre el escritorio hacen que el hombrecillo se me pierda de vista. A ver! No está embarazada? Le pregunta y ella sacando los ojos a semejante interrogante responde tajantemente que no. Y la pensión? Tartamudeando doy yo la cifra. Tienen bienes? No, coreamos los dos. Cuando le va a ver al niño? Cada 15 días digo y ella asiente.

Entonces anote que no está embarazada y que no tienen bienes le dice al secretario y así, en 20 segundos da el trámite por concluido.

No me terminaba de acomodar cuando nos toco cuzar la puerta de vidrio nuevamente. Con esa inmediatez, un montón de años, un montón de historias y recuerdos que ya son vagos comienzan a ver sobre una pantalla negra las tres famosas letras de las películas clásicas: FIN.

Luego, el trámite siguió otra vez con el abogado, el secretario y su parsimonia. Cédulas en mano, el funcionario escribió varias veces mal los nombres, estaba ahora frente a la computadora, maquina que nunca entenderá. Ella, en cambio, esperaba junto a la máquina de escribir que todo acabe de una buena vez, hasta que luego de un "eso es todo" nos despedimos.

Así fue, salimos y entre la multitud de tramitadores y abogados se pierde el nuestro, al que vería por primera y última vez.

El sol no ha dejado de pegar en la calle y para aminorar la sensación de no sentir nada, o no saber lo que deba sentir, prendo un cigarrillo mientras ella compra algo para pasar el mal sabor de boca. Caminamos solos y juntos por última vez, y lo único que se le ocurre es una broma con dedicatoria y de mal gusto: "ahora si ya te puedes casar otra vez" y suelta una carcajada irónica. Opto por no decir nada y le acompaño al auto. Ahora es frío el ambiente pese al calor. Ella se embarca, y claro, no podía dejar de rematar la tarde con lo único que le atormenta: "acordaráste que hay que pagar..." Sí, sí lo sé, se que siempre debo pagar, que es lo único a lo que tengo derecho, siempre lo he sabido, la escasez no significa, y no ha significado nunca, falta de voluntad de cumplir con lo que debo cumplir, más por amor que por obligación.

Y me voy, caminando, mientras ella prende su motor. La ciudad se me posa enfrente de nuevo, ahora al ritmo que le marco yo con mi andar, con mi tabaco, con Ray al piano y con todas las cosas en las que he pensado estos días y con todos los sentimientos que me afectan y que desde hace mucho ya no le pertenecen.