martes, 22 de julio de 2008

La defensa del señor O


Foto: Reo del 23



Por: Reo del 23.
Estaba él en un rincón, acomodado como siempre detrás de su artefacto negro viendo, mirando, asechando, esperando la presa ideal para satisfacer el hambre de sus ojos negros, escondidos tras sus pestañas largas y tras su arma letal.

Era una faena fácil al parecer, decenas de pequeños manjares revoloteaban delante suyo. Cientos de colores saltaban en una sola murga a la vista de aquel extraño sujeto que, en traje de insólito piloto, escondía sus oscuros deseos de robar almas de colores en instantes.

Quiso hacer su casería más fácil, colocó su capturador de presas más efectivo y comenzó a disparar sin parar. Uno a uno fueron cayendo los colores en su red. El rojo sucumbió de primero, el café no dio mayor resistencia y el negro palideció. Tras ellos, un arco iris completo fue presa del señor O, quien intenso corría detrás de la armadura celeste del cielo para robarle el brillo al sol. Quería toda la luz sólo para él.

Todo parecía congraciarse con el Señor O. Las nubes languidecían al celeste y el sol dejaba su fuerza sólo para un rincón y hacia allá se dirigió él. Vio que la luz se posaba detrás de una muralla de piedra, donde varios colores rebeldes saltaban aún sin percatarse de nada, llevados por la magia de un sonido permanente, un tambor de cuero que entre graves retumbos maravillaba a los que bailaban a su alrededor.

El sonido era abrasador, cautivante, ella con sus piernas largas marchaba a ritmo perfecto con su tonada. Todos la seguían, extasiados por su pasión rumbera y por la luz de su sonrisa ancha que opacaba el último rezago destellante que le quedaba al sol.

El señor O disparaba nervioso, ese halo violeta lo enceguecía, era un brillo demasiado grande para sus ojos. Por un momento la pequeña niña hace una pausa y con magia ordena a sus danzantes tomar un primer respiro. Él, presto a cada movimiento de sus víctimas, se da cuenta que es ese el instante preciso para poder apoderarse de tan bello destello violeta. La persigue detrás del muro de piedra, se esconde entre matorrales y se prepara a disparar con fuerza pero las fuerzas se le han desvanecido, no siente ningún movimiento, su cuerpo está ya sin órdenes y lo único que tiene sentido son sus ojos que no se han podido cerrar y sucumben al destello. Ella se ha percatado de su presencia, y con la habilidad de su inocencia lo desmantela, lo desarma. Con la simple rutina de su danza lo perpleja. Cambia una de sus botas grises, que luego el Señor O creería perdida, para continuar con el número y deja ver con mayor facilidad sus largas piernas. Pone en su nariz una coraza roja divertidísima a la que el señor O no puede evitar la sondrisa y ella lo siente, agita tranquila su cabello, alza la mirada, abre sus grandes ojos, le devuelve la sondrisa y lo hipnotiza. Está congelado, extasiado, su cuerpo no se mueve y sólo su ojos danzan siguiendo a la bella niña en su ritmo trepidante.

Ese fue su primer encuentro y ahora que él, tiempos después de deambular incansable, la vuelve a ver, la encuentra candorosa, acostada panza arriba en la galaxia de lo intangible, espera que se incorpore, y en un solo salto la toma por detrás, apega su corazón casi desecho y con sus manos hace conexión con su cuerpo violeta, ella trata de reaccionar pero en su mirada se interponen las pestañas largas del Señor O y la atrapa, esta vez sí fulminante, voraz, cálido, íntimo. Y ella no quiso soltarse nunca más, ya que nunca más se le acabó la sondrisa al Señor O.

lunes, 21 de julio de 2008

Vida violeta



Foto: Cortesía Luciérnaga.


Todo cambia, muta, se transforma. Yo soy el mejor ejemplo. Te vas, te alejas cansada. Las perlas brillantes se cierran de a poco pero la sonrisa que me regalaste siempre sigue ahí, iluminándome. Entro y subo viéndome al espejo. Soy otro, estoy diferente. Mi rostro es el de otro. Los que me conocen me ven, se sorprenden, se sonríen, como si fuese imposible, como si ver diferente sea diferente para mi, o como si quien me ve me ve diferente, pese a ser el mismo pero sentirme diferente.

Que diferente es sentirse diferente. Mis ojos, herramienta fundamental de lo que soy, han sentido fuerte esa mutación. Ahora los cubro más para cuidarlos mejor. Ahora ven mejor aquellas cosas de las que en algún momento me cubría.

En el espejo me veo, ya no me cubro, ya no huyo. Y me veo raro sí, siempre será un problema esto de verse y registrarse, pero le pierdo el miedo a eso de verme, de descubrirme, ya sin cubrirme.

Y el color me cambia. La neutralidad del verde, del café, del azul le da paso a la locura del violeta, a una dulzura marcada, presente, a una luz potente que me apunta siempre, que me sigue, que no persigue, que acompaña, que me ve, me ilumina, e ilumina lo que veo, y me veo, me veo al espejo nuevamente, veo ese halo violeta y veo que veo bien, veo que estoy bien.

Gracias Violeta, por la magia, por la luz.