jueves, 5 de julio de 2007

Cuento, complejos y fetiches


Foto: Reo del 23

Por: Reo del 23
Son las 08:00, estoy puntual. Parado frente a la puerta unos minutos para no llegar ni uno antes y no mostrar desesperación ni afán.
Llevo la que creo es mi mejor pinta. Los jeans nuevos bien lavados, guardados en el ropero una semana esperando el encuentro, a camisa blanca, bien almidonada, la que nunca me pongo porque me parte el cuello y porque me pone sobre el cuerpo todas las primaveras que llevo encima, una chaqueta que no combina y los zapatos alternativos que muchas veces en lugar de darme juventud hacen que la gente me vea extraño. Y qué importa.
Saco la mano del bolsillo, está temblorosa y antes de tocar el timbre me acerco a la puerta para intentar oír el ambiente. Espero que la hija de Nat suene de fondo y acompañe el calor y la luz de la chimenea, pero no se oye nada y timbro.
Sudo por dentro, oigo sus pasos que vienen sin prisa, va para un rincón primero y se acerca a la puerta después, estoy, creo, con mi mirada inmóvil de Casablanca esperando como Bogart. Ella sale y dice:
- Qué fue? Y me da un beso cualquiera.
- Qué fue? Que mierda de saludito es ese me pregunto yo?
- Gira y de espaldas me dice: No te vas a quedar en la puerta no?
Claro que no, aunque con ese recibimiento muchas ganas tengo de largarme.
Recapacito y en fracciones de segundo le doy la oportunidad de reivindicarse. Entro, es mi primera vez ahí y luego entendería por qué. Primero no hay chimenea, nunca me di cuenta que el suyo es de esos edificios modernos que no toman en cuenta los detalles de confort en una ciudad de páramo como ésta. Para esos casos, a las friolentas la tecnología les da edredones térmicos.
Corte minimalista en los muebles, colores sobriamente pasteles iluminan el lugar y el frío característico de las series gringas hechas en estudio. Impresiones renacentistas de mal gusto cuelgan a ambos lados. Mesa de madera con vidrio en el centro y sobre ella un balde de agua fría: la Cosmopolitan, especial de bodas.
Esa fue ya la segunda mala señal, tuve que largarme en cuanto me llegó la primera pero ahí seguí, claro, obnubilado por lo que alcanzaba ver de ella a través del mesón de la cocina tipo americana.
- Y qué más? Me pregunta.
- Bien, todo bien. Le respondo yo. Puedo poner algo de música?
- Sí, sí, claro, me contesta.
Y me acerco hasta allá. Es un equipo gigantesco, de esos de más de 1000 vatios de potencia, marca japonesa, resguardado en un fino y anticuado mueble de vidrio. Abajo se ven los discos ordenados prolífica y alfabéticamente y lo primero que encuentro es algo que se llama Si el norte fuera el Sur y me hago la pregunta: Qué mierda hago aquí?
Y opto por poner la radio. Mala idea, yo que nunca escucho radio.
El ruido de los comerciales y de la locutora chillona hace que no me vuelva a sentar y camino mejor entre la mesa de comedor y el mesón americano de la cocina.
- Huele bien! Digo cortésmente.
- Lasaña vegetariana, espero que te guste, me dice y trato de no hacer evidente mi cara de asco.
- Receta de tu madre? Le pregunto.
- Jajaja. Se ríe, como diciendo pobre pendejo.
- No, que va, llegue tarde del banco y solo alcancé a pasar por el supermercado, pero esta es una marca buenísima, siempre la compro!
Y ahí supe que la noche no iba a ser larga, que mis afanes porque algo funcione por primera vez en mi vida con alguien se estaban yendo a la basura con cada paso y con cada frase que ella daba. A que jugaba yo si siempre he sido de los que no les funciona eso de los clavos, pero ahí estaba, con una desconocida, por culpa de una cita casi a siegas hecha por algún comedido, tratando de refugiar mi dolor y mi falta de apapacho en una escultural rubia que como disco de presentación tiene a uno de esos seudo poetas modernos, jefe de la camada de los que sí deberían estar decapitados.
Traté, lo juro, lo intenté. Me senté junto al mesón para ver como ella decoraba la comida precalentada. Traté de fijarme en sus ojos, en su pelo rubio del largo adecuado y que lo llevaba divino, como me gusta, como no gusta a todos, si parece salida de esa Cosmopolitan. Pero claro es parte de todo el cliché, y su casa lo decía a gritos.
Traté, lo repito, juro que traté, pero su escote no fue suficiente, lo apretado del jean lo intentaba pero no lo lograba, hasta que llegó el punto final.
Me dice:
- Listo, pasa a la mesa.
- Te ayudo, le respondo?
- No, todo bien!

Y coge la lasaña, alza la mirada y me sonríe, comienza nuevamente el concierto desafinado de los tacos y la veo salir de la cocina, detrás del mesón tipo americano y acercarse a mi, el sonido de los tacos era tan fuerte que no resistí bajar la mirada y ahí estaban, viéndome, riéndose de mi, sabiendo que los odio, esos pies blancos, huesos, esqueléticos, esos dedos regordetes pintados de sangre enmarcados en sus zapatos de huecos. Y me largué.

1 comentario:

Anónimo dijo...

JAJAJA qeu cague... Oye a vos no te gustan las cosas normales noo.
RArito eres!!!
MArie