jueves, 3 de mayo de 2007

No lo dejaré…


Foto: Reo del 23




Por: Reo del 23

Sin ningún intento de convertirlo en entusiasta, pero él necesita que lo ayude en su sacudón. No más corrosión para su cabeza. Las lenguas, las presiones, las opresiones lo toman por el cuello y lo estrangulan hasta matar.
Se retuerce, sus recuerdos en la cama lo revuelcan y lo toman de cabeza. Pero él no se deja, yo lo ayudo y no se deja. Saca su mano, la agita con furia, desde el puño cerrado se deja ver una puntita y del fondo de la almohada saca su arma letal. Se la pone y se abraza. Su olor lo comienza a contagiar. El valor se apodera de él y toma su forma. Los verdes, los cafés se adueñan del cuarto hueso y las fobias y las rabias no pueden más que huir. Los colores se funden y lo cobijan. Ahora está más grande. Su cara ya no tiene congoja y el seño fruncido y triste desaparece. Sus labios dicen valor y sus ojos solo botan fuego y coraje. El puño lo cierra más, pero el papelito no se corruga.
Brinca de las sábanas y se hace más grande. En dos pasos recorre su espacio y lo domina solo con verlo. Las entradas, las salidas, están todas en su poder. Y se siente fuerte. Fuerte es la vibra que emite y contagia.
Vuelve a vivir, sabe que ese valor lo ha seguido siempre y que la locura momentánea deja de pasar revista su cuerpo, deja de atormentarlo, deja de sentirlo débil.
Se serena, se acomoda y toma con seguridad la masa que molda a diario. Su trabajo se incrementa y el se inspira. Cierra más su puño y se inspira.
La calle bulle y él la atraviesa, todos lo miran y él atraviesa. El puño cerrado asusta a muchos y se retiran. Alfombra roja se crea a su paso que ya no es cansado.
Mira al frente y crece. Todo está bajo su dominio. Un aire nuevo lo alimenta desde allá arriba. Abajo su puño aprieta con fuerza sin corrugar el papelito.
Cuando la huele, cuando la siente, cuando la toca él se apodera, se apodera de sí mismo, su mundo es suyo nuevamente y el de los otros está a su merced.
Eso le pasa cada que se inspira en ella, cada que abre la mano y ve su sonrisa en el papelito, cada que la besa despacio y se contagia de su sabor, de los escalofríos que le recorren cada que su piel se junta al papelito, es su imagen, su presencia la que lo motiva.
Pero a veces desespera y huye, se deja llevar por los desvaríos. Es allí cuando entro yo a sacudirlo, a lanzarle la bofetada precisa, para que cuando se niegue a abrir la mano y verla sepa que me tendrá ahí a mi para recordárselo, para decirle que mientras empuña una mano la otra se abre lento para dejarle ver a quien lo inspira.
Y si se le olvida, que esté tranquilo, que yo se lo recordaré, que yo no le dejaré caer nuevamente en el estrangulamiento de las lenguas, las presiones y las opresiones.

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